Pantalla es una banda de punk básica y potente de españa, fue uno de los mejores encuentros del agonizante 2016, letras básicas y directas, rifs muy punks y tupa tupa en todo el disco, otra banda de punk actual, que junto a las mexicanas y chilenas dan ganas de bailar e incendiar bancos, iglesias y a nosotras mismas. Dejo aquí su primera demo.
Sin importar cuáles sean las pseudotolerancias de las que haga alarde, el orden capitalista bajo todas sus formas (familia, escuela, fábricas, ejército, códigos, discursos…) continúa sometiendo toda la vida deseante, sexual y afectiva a la dictadura de su organización totalitaria fundada sobre la explotación, la propiedad, el poder masculino, la ganancia, el rendimiento…
Sin descansar, continúa su sucia tarea de castración, aplastamiento, tortura y cuadriculado del cuerpo para inscribir sus leyes en nuestras carnes, para clavar en el inconsciente sus aparatos de reproducción de la esclavitud.
A costa de retenciones, estasis, lesiones o neurosis, el Estado capitalista impone sus normas, fija sus modelos, imprime sus rasgos, distribuye sus roles, difunde sus programas… Mediante todas las vías de acceso que tiene nuestro organismo, sumerge dentro de lo más profundo de nuestras vísceras sus raíces mortales, confisca nuestros órganos, desvía nuestras funciones vitales, mutila nuestros goces, somete todas las produccionesvividas al control de su administración patibularia. Hace de cada individuo un lisiado, cortado de su propio cuerpo, ajeno y extraño a sus deseos.
Con ayuda de una gran cantidad de terror social que es vivido como culpabilidad individual, las fuerzas de ocupación capitalista, con su sistema cada vez más refinado de agresión, estímulo y chantaje, se ensañan en reprimir, excluir y neutralizar todas las prácticas deseantes que no tengan por efecto reproducir las formas de la dominación.
Es así como se prolonga indefinidamente el reino milenario del goce desdichado, del sacrificio, de la resignación, del masoquismo instituido, de la muerte: el reino de la castración que produce al “sujeto” culpable, neurótico, laborioso, sumiso, explotable.
Este añejo mundo, que por todas partes apesta a cadáver, a nosotros nos horroriza, y hemos decidido tomar la lucha revolucionaria contra la opresión capitalista justo donde está lo más profundamente arraigada: en lo vivo de nuestro cuerpo.
Es el espacio de este cuerpo con todo lo que produce de deseos lo que nosotros queremos liberar de la influencia “extranjera”. Es en este lugar que nosotros queremos “trabajar” por la liberación del espacio social. Entre ambos no existe ninguna frontera. yo me oprimo porque yo es el producto de un sistema de opresión extendido a lo largo de todas las formas de lo vivido.
La “consciencia revolucionaria” es una mistificación siempre que no pase por el “cuerpo revolucionario”, el cuerpo productor de su propia liberación.
Son las mujeres en rebelión contra el poder masculino —implantado desde hace siglos en sus propios cuerpos—, los homosexuales en rebelión contra la normalidad terrorista, los “jóvenes” en rebelión contra la autoridad patológica de los adultos, quienes han comenzado a abrir colectivamente el espacio del cuerpo a la subversión, y el espacio de la subversión a las exigencias inmediatas del cuerpo.
Son ellas y son ellos quienes han comenzado a desafiar el modo de producción de los deseos, las relaciones entre el goce y el poder, el cuerpo y el sujeto, tal como funcionan en todas las esferas de la sociedad capitalista, al igual que en los grupos militantes.
Son ellas y son ellos quienes han hecho quebrar definitivamente la vieja separación que separa “la política” de la realidad vivida, para el máximo beneficio tanto de los administradores de la sociedad burguesa como de aquellos que pretenden representar a las masas y hablar en su nombre.
Son ellas y son ellos quienes han abierto los caminos de la gran sublevación de la vida contra las instancias mortales que no cesan de insinuarse en nuestro organismo, para someter cada vez más sutilmente la producción de nuestras energías, de nuestros deseos y de nuestra realidad a los imperativos del orden establecido.
Es así como resulta trazada una nueva línea de ruptura, una nueva línea de enfrentamiento más radical y definitiva, a partir de la cual se redistribuyen necesariamente las fuerzas revolucionarias.
Ya no podemos soportar que se nos robe nuestra boca, nuestro ano, nuestro sexo, nuestros nervios, nuestros intestinos, nuestras arterias… para hacer de ellos las piezas y los engranajes de la sucia mecánica de producción del capital, la explotación y la familia.
Ya no podemos permitir que se hagan de nuestras mucosas, nuestra piel y todas nuestras superficies sensibles, unas zonas ocupadas, controladas, reglamentadas y prohibidas.
Ya no podemos soportar que nuestro sistema nervioso sirva de retransmisor al sistema de explotación capitalista, estatal y patriarcal, ni que nuestro cerebro funcione como una máquina de suplicios programada por el poder que nos cerca.
Ya no podemos sufrir el soltarnos, retener nuestras cogidas, nuestra mierda, nuestra saliva, nuestras energías, todo esto conforme a las prescripciones de la ley y sus pequeñas transgresiones controladas: nosotros queremos hacer volar en pedazos al cuerpo frígido, encarcelado y mortificado que el capitalismo no cesa de querer construir con los desechos de nuestro cuerpo viviente.
Este deseo de liberación fundamental, que permite introducirnos a una práctica revolucionaria, llama a que salgamos de los límites de nuestra “persona”, a que trastornemos en nosotros mismos al “sujeto” y a que salgamos de la sedentariedad, del “estado civil”, para atravesar los espacios del cuerpo sin fronteras y vivir así en la movilidad deseante más allá de la sexualidad, más allá de la normalidad, de sus territorios, de sus agendas.
Es en este sentido que algunos de nosotros hemos sentido la necesidad vital de liberarnos en común de la influencia que las fuerzas de aplastamiento y de captación del deseo han ejercido y ejercen sobre cada uno de nosotros en particular.
Todo aquello que hemos vivido sobre el modo de la vida personal, íntima, lo hemos tratado de abordar, explorar y vivir colectivamente. Nosotros queremos derrumbar el muro de concreto que separa, en interés de la organización social dominante, el ser del parecer, lo dicho de lo no-dicho, lo privado de lo social.
Hemos comenzado a descubrir juntos toda la mecánica de nuestras atracciones, de nuestras repulsiones, de nuestras resistencias, de nuestros orgasmos, a llevar al conocimiento común el universo de nuestras representaciones, de nuestros fetiches, de nuestras obsesiones, de nuestras fobias. “Lo inconfesable” ha devenido, para nosotros, materia de reflexión, de difusión y de explosiones políticas, en el sentido en que la política manifiesta, dentro del campo social, las aspiraciones irreductibles de “lo viviente”.
Hemos decidido romper el insoportable secreto que el poder hace caer sobre todo cuanto toca al funcionamiento real de las prácticas sensuales, sexuales y afectivas, así como lo hace caer sobre el funcionamiento real de toda práctica social que produce o reproduce las formas de la opresión.
Destruir la sexualidad
Al explorar en común nuestras historias individuales, hemos podido valorar hasta qué punto toda nuestra vida deseante estaba dominada por las leyes fundamentales de la sociedad estatal, burguesa, capitalista de tradición judeocristiana, y, en realidad, subordinada a sus reglas de eficiencia, de plusvalía y de reproducción. Al confrontar nuestras experiencias singulares, sin importar qué tan “libres” hayan podido parecernos, nos hemos percatado de que no dejábamos de conformarnos a los estereotipos de la sexualidad oficial, la cual reglamenta todas las formas de lo vivido y extiende su administración desde las camas matrimoniales hasta las habitaciones de burdeles, pasando por los baños públicos, las pistas de baile, las fábricas, los confesionarios, las sex shop, las prisiones, los colegios, los autobuses, las casas de orgías, etc… etc…
Para nosotros, esta sexualidad oficial, esta sexualidad a secas, no conlleva a un problema en torno a si queremos acondicionarla, como quien acondiciona sus condiciones de detención. Se trata de destruirla, de suprimirla, porque no es otra cosa que una máquina para castrar y recastrar indefinidamente, una máquina para reproducir en todo ser, en todo tiempo, en todo lugar, las bases del orden esclavista. La “sexualidad” es una monstruosidad, así sea en sus formas restrictivas o en sus formas llamadas “permisivas”, y está claro que el proceso de “liberalización” de las costumbres y de “erotización” promocional de la realidad social organizada y controlada por los administradores del capitalismo “avanzado”, no tienen otro objetivo que hacer más eficaz la función “reproductora” de la libido oficial. Lejos de reducir la miseria sexual, estos tráficos no hacen más que alargar el campo de las frustraciones y de la “carencia”, la cual permite la transformación del deseo en necesidad compulsiva de consumir a la vez que asegura la “producción de la demanda”, motor de la expresión capitalista. De la “inmaculada concepción” a la puta publicitaria, del deber conyugal a la promiscuidad voluntarista de las orgías burguesas, no existe ninguna ruptura. Es la misma censura lo que está obrando. Es la misma masacre del cuerpo deseante lo que se perpetúa. Simple cambio de estrategia.
Lo que nosotros queremos, lo que nosotros deseamos, es reventar la pantalla de la sexualidad y sus representaciones para conocer la realidad de nuestro cuerpo, de nuestro cuerpo viviente.
Eliminar el adiestramiento
A este cuerpo viviente lo queremos liberar, descuadricular, desbloquear, descongestionar, para que se libere en sí mismo todas las energías, todos los deseos y todas las intensidades aplastadas por el sistema social de inscripción y de adiestramiento.
Queremos recuperar el pleno ejercicio de cada una de nuestras funciones vitales con su potencial integral de placer.
Queremos recuperar las facultades que son verdaderamente elementales como el placer de respirar, literalmente asfixiado por las fuerzas de opresión y de contaminación; el placer de comer y de digerir, perturbado por el ritmo del rendimiento y el repugnante alimento producido y preparado según los criterios de la rentabilidad mercantil; el placer de cagar y el goce del culo sistemáticamente masacrado por el adiestramiento intrusivo de los esfínteres, mediante el cual la autoridad capitalista inscribe incluso en la carne sus principios fundamentales (relaciones de explotación, neurosis de acumulación, mística de la propiedad y de la limpieza, etc.); el placer de masturbarse alegremente sin vergüenza y sin angustia, ni por carencia o compensación, sino por el placer de masturbarse; el placer de vibrar, de murmurar, de hablar, de caminar, de moverse, de expresarse, de delirar, de cantar, de jugar con el cuerpo de todas las maneras posibles. Queremos recuperar el placer de producir el placer y de crear, despiadadamente mermado por los aparatos educativos encargados de fabricar trabajadores (consumidores obedientes).
Liberar las energías
Queremos abrir nuestro cuerpo al cuerpo del otro y de los otros, dejar pasar las vibraciones, circular las energías y combinarse los deseos para que todos y cada uno puedan dar libre curso a todas sus fantasías y a todos sus éxtasis, para que puedan vivirse al fin sin culpabilidad, sin inhibición, todas las prácticas voluptuosas individuales, duales o plurales que tenemos imperiosamente necesidad de vivir para que nuestra realidad cotidiana no sea esta lenta agonía que la civilización capitalista y burocrática impone como modelo de existencia a aquellos que ella enrola. Queremos extirpar de nuestro ser el tumor maligno de la culpabilidad, raíz milenaria de todas las opresiones.
Conocemos, evidentemente, los formidables obstáculos que tendremos que vencer para que nuestras aspiraciones no sean únicamente el sueño de una pequeña minoría de marginados. Conocemos en particular que la liberación del cuerpo, de las relaciones sensuales, sexuales, afectivas y extáticas, está indisolublemente ligada a la liberación de las mujeres y a la desaparición de todas las formas de categorías sexuales. La revolución del deseo pasa por la destrucción del poder masculino y de todos los modelos de comportamiento y de emparejamiento que aquél imponga, así como pasa por la destrucción de todas las formas de la opresión y de normalidad.
Queremos acabar con los roles y las identidades distribuidos por el Falo.
Queremos acabar con toda forma de asignación a una residencia sexual. Queremos que ya no haya entre nosotros hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, poseedores y poseídos, mayores y menores, amos y esclavos, sino humanos transexuados, autónomos, móviles y múltiples; seres con diferencias variables, capaces de intercambiar sus deseos, sus goces, sus éxtasis y sus ternuras, sin tener que hacer funcionar algún sistema de plusvalía, algún sistema de poder, si no es a modo de juego.
Partiendo del cuerpo, del cuerpo revolucionario como espacio productor de intensidades subversivas y como lugar donde se ejercen al final de cuentas todas las crueldades de la opresión, conectando la práctica política a la realidad de este cuerpo y sus funcionamientos, buscando colectivamente todas las vías de su liberación, producimos ya una nueva realidad social en la que el máximum de éxtasis se combina con el máximum de consciencia. Ésta es la única vía que puede darnos los medios para luchar directamente contra la influencia del Estado capitalista allí donde se ejerce directamente. Éste es el único paso que puede hacernos realmente fuertes contra un sistema de dominación que no cesa de desarrollar su poder, de debilitar, de fragilizar, a cada individuo para constreñirlo a suscribir sus axiomas. Para adherirlo al orden de los perros.
Escrito publicado originalmente de manera anónima en la revista francesaRecherches n° 12, 1973, edición consagrada a una “gran enciclopedia de las homosexualidades” titulada “Tres mil millones de pervertidos: Gran enciclopedia de las homosexualidades”, en la que participaron Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jean Genet, Guy Hocquenghem, Daniel Guérin, Jean-Paul Sartre, entre otros. El gobierno francés decomisó y destruyó los ejemplares de la revista y tomó cargos contra Félix Guattari, director de la publicación, acusándolo de “afrontar a la decencia pública”.
Traducción publicada en el número 69 de Revista Fractal
EL CAPITALISMO COMO RELIGIÓN
Hay que ver en el capitalismo una religión, es decir, el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción de las mismas preocupaciones, suplicios, inquietudes, a las que daban respuesta antiguamente las llamadas religiones. La verificación de esta estructura religiosa del capitalismo no sólo, como creía Weber, en cuanto forma condicionada religiosamente, sino en cuanto fenómeno esencialmente religioso, llevaría todavía hoy al extravío de una polémica universal exagerada. No nos es posible apretar la red en la que nos sostenemos. Sin embargo, en el futuro se apreciará eso.
Ninguna Teología
Tres rasgos se le reconocen, sin embargo, al presente en esta estructura religiosa del capitalismo. En primer lugar, el capitalismo es una pura religión de culto, quizá la más extrema que haya existido nunca. En él todo tiene significado sólo por relación inmediata con el culto, no conoce ninguna dogmática especial, ninguna teología. El utilitarismo adquiere bajo este punto de vista su coloración religiosa. Un segundo rasgo del capitalismo está relacionado con esta concreción del culto: la duración permanente del culto. El capitalismo es la celebración de un culto sans trêve et sans merci. En él no hay marcado un día a la semana, no existe un día que no sea día de fiesta en el sentido terrorífico del despliegue de toda la pompa sacral, de la tensión extrema del adorante. En tercer lugar este culto es culpabilizante. El capitalismo es, probablemente, el primer caso de un culto no expiante, sino culpabilizante. En este aspecto, este sistema religioso es arrastrado por el torbellino de un movimiento colosal. Una culpabilidad monumental que no se sabe expiar echa mano del culto, no para expiar en él la culpa, sino para hacerla universal, meterla a la fuerza en la conciencia y, por último y sobre todo, abarcar a Dios mismo en esa culpa para interesarle a El, al final, en la expiación. Esta no debe esperarse por tanto, en este caso del culto mismo ni tampoco en la reforma de esa religión, que tendría que poder apoyarse en algo más seguro que en ella misma, ni tampoco en su rechazo. Es parte de la esencia de este movimiento religioso, que es el capitalismo, el resistir hasta el final, hasta la obtención de un estado mundial de desesperación por el que precisamente se espera. En eso consiste lo inaudito del capitalismo, que la religión no es ya reforma del ser, sino su despedazamiento. La expansión de la desesperación a estado religioso mundial del cual ha de esperarse la redención. La trascendencia de Dios se ha derrumbado. Pero Dios no está muerto, está comprendido en el destino humano. Este tránsito del planeta hombre por la casa de la desesperación en la soledad absoluta de su trayecto es el ethos que Nietzsche determina. Este hombre es el superhombre, el primero que comienza a cumplir, reconociéndola, la religión capitalista. Su cuarto rasgo es que su dios tiene que ser ocultado, sólo en el cenit de su culpabilización debe ser mencionado. El culto se celebra ante una divinidad inmadura, toda imaginación, todo pensamiento en esa divinidad lesiona el secreto de su madurez.
La teoría freudiana es parte también de la dominación sacerdotal de este culto. Está pensada de una forma totalmente capitalista. Lo reprimido, la imaginación pecaminosa, es, por profundísima analogía que habrá aún que iluminar, el capital, que es explotado por el infierno del inconsciente.
El tipo de pensamiento religioso capitalista se encuentra extraordinariamente expresado en la filosofía de Nietzsche. La idea del superhombre pone el salto apocalíptico no en la conversión, expiación, purificación, penitencia, sino en el acrecentamiento aparentemente permanente, pero, en el tramo último, discontinuo y a saltos. Por eso, aumento y desarrollo son en el sentido del non facit saltum incompatibles. El superhombre es el hombre histórico conseguido sin conversión, que ha crecido tanto que sobrepasa ya la bóveda celeste. Esta voladura del cielo por medio de un acrecentamiento de la condicionalidad humana, que religiosamente es y se mantiene (también para Nietzsche) como endeudamiento, la prejuzgó, predeterminó Nietzsche. Y en forma parecida, Marx: el capitalismo incorregible se volverá, con intereses e intereses de intereses, cuya función es la deuda(véase la ambivalencia demoníaca de este concepto), socialismo.
Capitalismo es una religión que consiste en el mero culto, sin dogma. El capitalismo se ha desarrollado en Occidente —como se puede demostrar no sólo en el calvinismo, sino también en el resto de orientaciones cristianas ortodoxas— parasitariamente respecto del cristianismo, de tal forma que, al final, su historia es en lo esencial la de su parásito, el capitalismo.
Comparación entre las imágenes de los santos de las distintas religiones, por un lado, y los billetes de los distintos Estados, por el otro.
El espíritu que se expresa en la ornamentación de los billetes.
Enfermedad del espíritu
Las preocupaciones: una enfermedad del espíritu que es propia de la época capitalista. Situación de aporía espiritual (no material) en pobreza, mendigos, monacato. Una situación que carece tan absolutamente de salida es culpabilizante. Las preocupacionesson el índice de esa conciencia de culpa por la ausencia de solución. Las preocupaciones surgen por el miedo a la aporía de tipo comunitario, no individual material.
El cristianismo no favoreció en tiempo de la Reforma el surgimiento del capitalismo, sino que se transformó en el capitalismo.
Metódicamente habría que investigar primeramente qué conexiones estableció en cada momento a lo largo de la historia el dinero con el mito, hasta que pudo atraer hacia sí tantos elementos míticos del cristianismo y constituir ya así el propio mito.
Contribuye al conocimiento del capitalismo como una religión el darse cuenta de que, en primerísima instancia, los infieles seguramente concibieron la religión no como un interés más elevado, moral, sino como el más inmediato prácticamente, de que, con otras palabras, fueron tan poco conscientes como el capitalismo actual acerca de su naturaleza ideal o trascendente, que vieron, más bien, en el individuo irreligioso o heterodoxo de su comunidad un miembro inequívoco de ella, igual que la burguesía actual en sus miembros no productivos.
Fuente: El Porteño, Noviembre 1990.
¿QUÉ QUEDA?
1. «Tengo tal desconfianza en el futuro, que hago proyectos sólo para el pasado». Esta frase de Flaiano —un escritor cuyas bromas deben ser tomadas completamente en serio— contiene una verdad sobre la cual vale la pena reflexionar. El futuro, como la crisis, es hoy efectivamente uno de los principales y más eficaces dispositivos del poder. Ya sea agitado como un amenazante espantapájaros (empobrecimiento y catástrofes ecológicas) o como un radiante porvenir (como empalagoso progresismo), se trata en todos los casos de hacer pasar la idea de que tenemos que orientar nuestras acciones y nuestros pensamientos únicamente hacia él. De que tenemos, por tanto, que dejar de lado el pasado, que no se puede cambiar y es entonces inútil —o a lo sumo conservarlo en un museo— y, en cuanto al presente, interesarnos en él sólo en la medida en que sirve para preparar el futuro. Nada más falso: la única cosa que poseemos y podemos conocer con alguna certeza es el pasado, mientras que el presente es por definición difícil de aferrar y el futuro, que no existe, puede ser sacado de la manga por cualquier charlatán. Desconfíen, tanto en la vida privada como en la esfera pública, de quien les ofrezca un futuro: esta persona está buscando casi siempre atraparlos o engañarlos. «Jamás permitiré a la sombra del futuro —escribió Ivan Illich— que se coloque sobre los conceptos a través de los cuales busco pensar aquello que es y aquello que ha sido». Y Benjamin observó que en el recuerdo (que es algo diferente a la memoria en cuanto archivo inmóvil) en realidad actuamos sobre el pasado, lo volvemos de algún modo nuevamente posible. Flaiano tenía entonces razón al sugerirnos hacer proyectos sobre el pasado. Sólo una indagación arqueológica puede permitirnos acceder al presente, mientras que cuando uno observa girado únicamente hacia el futuro éste nos expropia, con nuestro pasado, también del presente.
2. Imaginen que entran en una farmacia y piden un medicamento que necesitan con urgencia. ¿Qué harían si el farmacéutico responde que ese medicamento fue producido hace tres meses y entonces no se encuentra disponible? Esto es exactamente lo que sucede hoy cuando se entra en una librería. El mercado editorial se ha vuelto hoy un Absurdistán en el cual la circulación exige que el libro sea conservado en las librerías la menor cantidad de tiempo posible (a menudo no más de un mes). Por consiguiente, el mismo editor programa libros que deben agotar sus ventas —si las hay— a corto plazo y renuncia a construir un catálogo que pueda durar en el tiempo. Por esto yo —que también creo ser un buen lector— me siento cada vez más incómodo cuantro entro en una librería (existen naturalmente excepciones) donde los mostradores están ocupados sólo por novedades y donde cada vez más corro el riesgo de no encontrar el medicamento (es decir, el libro) que necesito vitalmente. Si libreros y editores no se giran en contra de este sistema, en buena parte impuesto por los grandes distribuidores, no nos sorprendremos de que las librerías desaparezcan. Tal y como han llegado a ser, ni siquiera podremos extrañarlas.
3. Nicola Chiaromonte escribió una vez que la pregunta esencial cuando consideramos nuestra vida no es qué hemos tenido o no tenido, sino qué resta, qué queda* de ella. ¿Qué queda de una vida; pero también e incluso antes: qué queda de nuestro mundo, qué queda del hombre, de la poesía, del arte, de la religion, de la política, hoy que todo cuanto estábamos acostumbrados a asociar a estas realidades tan urgentes está desapariendo o en cualquier caso transformándose hasta volverse irreconocibles? Al entrevistador que le pregunta «¿qué queda para usted de la Alemania en la que nació y creció?», Hannah Arendt responde «queda la lengua». Pero ¿qué es una lengua como resto, una lengua que sobrevive al mundo del cual era una expresión? Y ¿qué nos queda, cuando nos queda solamente la lengua? ¿Una lengua que parece no tener ya nada que decir y que, sin embargo, obstinadamente queda y resiste y de la cual no podemos separanos? Me gustaría responder: es la poesía. ¿Qué es, de hecho, la poesía, si no aquello que queda de la lengua después de que han sido desactivadas una a una sus funciones comunicativas e informativas normales? Recuerdo que Ingeborg Bachmann me dijo una vez que no era capaz de ir a la carnicería y preguntar: «me da un kilo de filetes». No creo que quisiera decir que la lengua de la poesía es una lengua más pura, que se encuentra más allá de la lengua que usamos en la carnicería o para los otros usos cotidianos. Creo más bien que la lengua de la poesía es lo indestructible que queda y resiste a todas las manipulaciones y a todas las corrupciones, la lengua que queda también después del uso que hacemos de ella en los SMS y en los tweets, la lengua que puede ser infinitamente destruida y que sin embargo permanece, del mismo modo en que alguien escribió que el hombre es lo indestructible que puede ser infinitamente destruido. Esta lengua que queda, esta lengua de la poesía —que también es, yo creo, la lengua de la filosofía— tiene que ver con aquello que, en la lengua, no dice, sino que llama. Es decir, con el nombre. La poesía y el pensamiento atraviesan la lengua en dirección a los nombres, a ese elemento de la lengua que no discurre y no informa, que no dice algo de algo, sino que nombra y llama. Un breve texto que Italo Calvino solía dedicar a sus amigos como su «testamento espiritual» se cierra con una serie de frases recortadas y casi jadeantes: «tema de la memoria —memoria perdida— conservar y perder aquello que se ha perdido —aquello que no se ha tenido— aquello que se ha tenido con retraso —aquello que llevamos con nosotros— aquello que no nos pertenece…». Yo creo que la lengua de la poesía, la lengua que queda y llama, llama justamente aquello que se pierde. Ustedes saben que, tanto en la vida individual como en aquella colectiva, la masa de las cosas que se pierden, el exceso de los acontecimientos ínfimos, imperceptibles, que todos los días olvidamos es a tal punto exterminado que ningún archivo y ninguna memoria podrían contenerlos. Aquello que queda, aquella parte de la lengua y de la vida que salvamos de la ruina, tiene sentido sólo si tiene que ver íntimamente con lo perdido, si existe de algún modo para él, si lo llama por medio de nombres y responde en su nombre. La lengua de la poesía, la lengua que queda nos es querida y preciosa, porque llama lo que se pierde. Porque aquello que se pierde es de Dios.
Estas notas reproducen partes de una intervención en el Salone del libro de Turín el 20 de mayo de 2017. Tomado de la publicación de la columna de Giorgio Agamben en la página de Quodlibet, con el título «Che cosa resta?», el 13 de junio de 2017.
* El verbo «restare» (quedar es el verbo que le corresponde en castellano) tiene un dominio semántico distinto en italiano. El lector que vea aquí que la traducción ha sido vertida como quedar debe tener ya siempre en consideración el verbo restar y, en general, la palabra resto. Las implicaciones filosóficas del término técnico de «resto» han sido estudiadas por Agamben en su libro Lo que queda de Auschwitz (en italiano Quel che resta di Auschwitz).
Muertxerrante
Errar en la nada, siendo nadie.
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