CONSTRUCTORA DE MUNDOS
"Cuando el último árbol sea cortado, cuando el último río sea contaminado, se darán
cuenta que el dinero no se come."
(Atribuido a Ishi -1860?/1916-,último superviviente de los indios yahi de California).
¿Cómo
se describe un mundo cuando se es el único que lo ha vivido, cuando su
lengua ofrece imágenes distópicas a la cultura que lo ha destruido, y,
sobre todo, cuando su identidad se disuelve ante las miradas de quienes
le ven como un alienígena? La mera existencia del extraño perturba. La
inseguridad ante lo desconocido obliga a detenerle, encerrarle,
desposeerle de su arma más letal, su memoria, maltratada y ridiculizada
por la manipulación de la supuesta superioridad de sus verdugos, seres
aparentemente "normales", cuyas vidas transcurren apaciblemente sin
mostrar la terrible insatisfacción que les causa la impotencia de no
saber por qué se sienten mal ante su presencia. El zoo es el lugar
adecuado para él. Al menos eso era lo que se hacía a finales del siglo
XIX e inicios del XX con los indígenas "primitivos", demasiado
"inútiles" para ser esclavizados o integrados en las civilizadas
costumbres de las potencias que habían colonizado sus tierras. Ni
siquiera un reconocido intelectual como el antropólogo Alfred Kroeber
pudo ser ajeno a esta fatalidad: Ishi era mostrado en sociedad como un
ser infrahumano salido de otro tiempo, ofreciendo espectáculo a una
multitud que hacía cola para verle realizando herramientas, construyendo
una choza o simplemente hablando esa lengua incomprensible con la que
trataba de explicar inútilmente el sentido mismo de la vida y la muerte.
Lo realmente inquietante de esta situación es que, pese a su
destrucción física, su presencia permanece en nuestro recuerdo colectivo
como presagio de un destino común. Es como si conectáramos con la idea
trazada por los griegos en sus tragedias, y el germen nocivo que nos
incita a hacer desaparecer al otro, se volviese implacablemente contra
nosotros. Ursula K. Le Guin, hija de Alfred Kroeber, lo comprendió muy
bien. Huyendo de los moldes machistas y de la fuerza incontestable de
los héroes, que no hace sino intentar ocultar la fragilidad de quien los
imaginó, creó mundos alternativos, en los que la antropología juega un
papel analítico capaz de educar al lector en la observación de
comportamientos y relaciones que juegan a relacionar la ficción con
proyecciones sobre nuestra realidad socio-sexual y sobre nuestras
emociones reprimidas. La angustia de Ishi ante la soledad y la
incapacidad de transmitir su comprensión del mundo se materializa en los
protagonistas de sus novelas y cuentos, aislados fuera de su cultura
materna, que tratan de encajar inútilmente en un entorno ajeno. Lejos de
idealizarlos como seres potentes y super masculinos, les vuelve
frágiles y extraños. Lejos de promover magníficas acciones de fuerza, se
convierten en seres dependientes del destino, al vaivén de
acontecimientos más grandes que ellos mismos. No deben descubrir nada,
porque todo ha sido descubierto ya. Ellos son Ishi.
"El
verdadero viaje es el retorno". Estas palabras, pronunciadas al final de
"Los Desposeídos" por su protagonista, expresan el sentido catártico e
iniciático de las obras de Le Guin. La mitología no se aprecia como una
serie de aventuras desenfadadas, sino que toman la forma de los
fenómenos arquetípicos propios de la tradición griega. A las
descripciones minuciosas de las sociedades, su pensamiento, sus
costumbres y su política, siguen las reflexiones y contradicciones
internas de sus protagonistas a cerca de su relación con el choque
cultural que experimentan, de tal modo que nos incita a hacerlas
nuestras. La ciencia-ficción, un género considerado menor injustamente,
ha sido tradicionalmente campo abonado para el conservadurismo político,
que vio en él un instrumento para reproducir los patrones clásicos del
sistema patriarcal masculino y capitalista, como las historias
norteamericanas de super héroes demuestran. Unas historias repletas de
violencia en las que siempre el orden se salvaba gracias a su fortaleza
sobrehumana, o bien se justificaba la destrucción de otros mundos,
cuando no se les colonizaba, siguiendo el modelo existente en una
sociedad marcada por la premisa de la desigualdad y el miedo al "otro".
Es verdad que esto ha cambiado últimamente, y, sobre todo en el cine, se
observan cambios significativos vinculados a la crisis de ese modelo y a
la necesidad de mostrar un cierto sentido "ecologista" ("Avatar"), pero
nos seguimos encontrando con un verdadero océano de odio, que no hace
sino confirmar la enorme resistencia existente a la hora de reflexionar
mínimamente sobre nosotros mismos en relación a la realidad en la que
vivimos.
Ya en
1961 Stanislaw Lem nos ofreció una magnífica ocasión para la
introspección en "Solaris", llevada magistralmente al cine por Tarkovski
en 1972. Aquí los protagonistas luchan contra sus propias fobias y
deseos reprimidos, encarnados físicamente por la acción de un planeta,
que en sí mismo es un organismo vivo que actúa sobre su mente. No
obstante, la acción continúa con la lógica del enfrentamiento ante la
hostilidad de otro mundo incomprensible. En Le Guin, esos mundos son
accesibles y profundamente "humanos", con toda la gama de problemas y
diversidad que representan las preocupaciones esenciales de nuestra
vida: la organización social, la identidad de género, el feminismo, el
racismo...Fue la primera escritora en explorar la sexualidad, la
etnología o la ecología en la literatura fantástica. Su obra está en las
antípodas de Tolkien, a quien por otra parte admiraba por la
minuciosidad de su creación de un mundo basado en las tradiciones
célticas, pero que no dejaba de ser eurocentrista y hasta racista cuando
se trataba de señalar a los enemigos del mundo que describía (ese
"Oriente", aliado del mal, que Peter Jackson nos mostró caracterizado
por ejércitos formados por elefantes y soldados ataviados con turbantes y
por armadas de piratas berberiscos). No, Le Guin no busca la épica. Sus
"Crónicas de Terramar" (Las tumbas de Atuan -1972-, La costa más lejana
-1974-, Tehanu -1990- y En el otro viento -2001-) transcurren en un
mundo formado por pequeñas islas, un entorno marino alejado del
tradicional marco europeo, que podría situarnos en Oceanía, mezclando
tradiciones vikingas, incas y japonesas. La búsqueda o el
replanteamiento de la identidad es una constante, que toma la forma de
un viaje en el que la experiencia del autoconocimiento se produce por
medio del encuentro con la diferencia. Siempre hay un escape de la "zona
de confort" para escudriñar en el análisis del otro.
Como
mujer, Le Guin encuentra en el feminismo un campo de acción: "Si una
feminista es alguien que piensa que el género es en gran medida una
construcción social, y que nada justifica el dominio social de un género
sobre otro, entonces soy feminista", dijo. Y con esta idea publicó "La
Mano izquierda de la Oscuridad" (1969), en la que un hombre llega a un
planeta donde sus habitantes son capaces de cambiar de sexo a voluntad.
La reflexión sobre cómo sería un mundo sin conflictos de género hace
pensar a la autora en la irrelevancia de la guerra: al faltar las
divisiones sexuales, no existiría el nacionalismo. Al no haber un
sentido de la confrontación interpersonal, se intuiría que cualquier
tipo de distinción sería arbitraria. Esta distopía creó una polémica
bastante grande en su día, aunque hoy su carácter "subversivo" no es tan
significativo, ya que, aunque se producía una empatía intergénero, no
se cuestionaba la identidad sexual durante las etapas en las que esa
identidad se manifestaba en cada individuo. Aún así, el reto estaba
echado, y fue la base de ficciones feministas posteriores, como
"Memorias de una superviviente" (1974), de Doris Lessing, o "La Mujer al
borde del tiempo" (1976), de Marge Piercy.
Sin
embargo, el pesimismo de las proyecciones distópicas hacia el futuro no
suele ser compartido por Le Guin, que prefiere describir situaciones en
las que la autocrítica se manifiesta ante conflictos interculturales,
como se demuestra en la que considero su obra maestra: "Los Desposeídos"
(1974), donde analiza lo que podría ser una sociedad anarquista, y su
enfrentamiento con el capitalismo y el comunismo de Estado. En
contraposición con la famosa novela de William Golding, "El Señor de las
moscas" (1954), que explora el efecto que tiene sobre los niños una
vida de anarquía, desprovista del orden y la disciplina de los adultos,
que acaba en una visión de pesadilla, donde la inocencia se desintegra
ante una desmedida propensión al mal, Le Guin nos propone una sociedad
equilibrada, donde la pobreza de recursos se compensa con una cultura
basada en compartir dentro de un sistema igualitario. La autora nos
lleva en un viaje con su protagonista, Shavek, a través de tres mundos
opuestos y recelosos entre si, encontrando situaciones chocantes, a
veces cómicas y otras dramáticas, que nos vuelven a sugerir el argumento
que ya indicaba antes: los individuos se forman a sí mismos en contacto
con sus opuestos y aprenden de la diferencia. Aquí Le Guin apuesta
claramente por el anarquismo, a cuyo mundo retorna Shavek, sin
importarle la reacción de sus compañeros. ¿Utopía? ¿Distopía? Ella misma
la subtituló "una utopía ambigua". Y reconoció que nada es perfecto.
Ahora que la distopía está en nuestra cotidianidad, y que reconocemos
como actuales los terribles contenidos futuristas de los capítulos de
"Black Mirror", la lectura de los libros de Le Guin, especialmente de
"Los Desposeídos", me resulta reconfortante. Especialmente en su uso del
lenguaje. Su mirada de antropóloga es minuciosa. Cuida los detalles y
nos recuerda constantemente que la forma en la que describimos el mundo
crea nuestro comportamiento y construye las relaciones que mantenemos
con él. ¿Como nombrar el género de quien no lo tiene? ¿Cómo modificar
gramaticalmente las relaciones de posesión? El aprendizaje cultural nos
ha impuesto tanto el primero como las segundas, y no nos liberaremos
hasta que no aprendamos otro método de referirnos a ellos. La cultura
anarquista de la novela lo había entendido así, y todos compartían la
misma experiencia vital en este sentido. Solo por esto, es enormemente
sugestiva su lectura. Supongo que imaginaba a Ishi realizando un retorno
imposible a su mundo natal y compartiendo sus experiencias de un mundo
incomprensible.
Juan Argelna
* La escritora estadounidense Ursula K. Le Guin murió el 22 de enero de 2018, a los 88 años de edad.
Fuente: paroledequeer
Fuente: paroledequeer
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