EL ANARQUISMO EXISTENCIAL
1) Doctrinario y existencial
Entendiendo la “doctrina” como una cristalización de la teoría,
una suerte de endurecimiento dogmático del pensamiento, pudo darse,
no obstante, en los libertarios de la primera hora una síntesis entre
la firmeza y el rigor en las convicciones y una índole inquieta,
apasionada e inobediente en el modo psíquico y social de
desenvolverse: “creían” en los principios del anarquismo y, al
mismo tiempo, “vivían” anárquicamente. Les caracterizaba una
exigencia, que más tarde se perdió: la de vivir, a cualquier
precio, las propias ideas.
Mientras las teorías del anarquismo respondían a un horizonte
histórico-social que abonaba poderosamente su credibilidad; mientras,
por así decirlo, estaban “llenas” de realidad y las gentes se
podían abrazar perfectamente a su dimensión utópica, pues
“Revolución” era una palabra viva y casi se podía tocar con la punta
de los dedos su sentido; en ese contexto, era plenamente factible
que conviviera, en una misma persona, lo “doctrinario-anarquista”
y lo “existencial-libertario”. Bakunin, el “filósofo
activista”, el prícipe Kropotkin, Proudhon, Malatesta… se
enfrentaron a la vida desde una perspectiva “creativa”,
artística, “decidida”, componiendo un bio-texto libertario.
De la mano del socialismo, se estaba remodelando a consciencia una
forma de racionalidad política que ha perdurado hasta nuestros días; y
las concepciones obreristas alentadas por esa disposición histórica
de la Ratio encajaban perfectamente en la realidad. Los “teóricos”
eran, también, “agitadores”; y lo mismo gastaban sus energías en
escribir un libro que en escapar de una cárcel. Eran perseguidos a
menudo por publicar sus opiniones y saltaban de país en país
“viviendo” profundamente sus ideas, criticando, organizando,
conspirando… El anarquismo originario era pues, simultáneamente,
“doctrinario” y “existencial”.
2) Solo doctrinario
Pero, con el paso de los años, década tras década, los
planteamientos del anarquismo clásico van despegándose poco a poco de la
realidad, pues son muchas las circunstancias y condiciones históricas
nuevas que ya no contempla (por ejemplo, la emergencia de una
subjetividad obrera reconciliada con el Capitalismo). A la par,
las formas de protesta se fosilizan, logrando la aceptación
administrativa en la medida en que quedan para siempre iguales a sí
mismas, des-vitalizadas y casi momificadas: obedecen a unas lógicas
políticas que han iniciado ya el “viaje de vuelta” desde la
contestación a la aprobación y justificación. Lo que en el siglo XIX
fue un arma, en el XX deviene mordaza…
Y aparece, entonces, una curiosa figura: personas que
“creen” en la doctrina anarquista (colectivista o
individualista), que muy a menudo “militan” en organizaciones
anarco-sindicalistas, y que llevan una existencia absolutamente
“ordenada”, testimoniendo la más perfecta adaptación al sistema
capitalista y desempeñándose a veces como funcionarios
(“anarcofuncionarios”), o llevando una empresa, o viviendo del
salario… Como adquieren y evidencian estilos de vida burgueses o
pequeño-burgueses, su “libertarismo” es ya de índole meramente
doctrinaria, sin correlato existencial o espiritual.
Una ideología contra el Sistema y una vida que lo reproduce
óptimamente; pensamientos que no se viven y vidas que no se quieren
pensar… Estos seres manifiestan sustentar todavía el ideal de la
Revolución, el Principio Esperanza, que diría Bloch, pero es esa
una declaración estrictamente cínica, que podemos leer así: “Se me
perdonará mi oficio mercenario y mi estilo burgués de vida porque
proclamo creer en la Utopía”.
Al lado del “doctrinario marxista” (pensemos en Althusser,
afiliado al P.C.F, dando clases en la Universidad y viviendo en el
acomodo), tenemos, pues, al “solo doctrinario anarquista”.
Pero la coartada que esgrime el marxista no le sirve al anarquista:
“El Capitalismo es una fase necesaria para el advenimiento del
Comunismo, y tiene que cumplir indefectiblemente sus tareas
(desarrollo tecnológico, maximización de la capacidad productiva,
maduración de la consciencia de los trabajadores, etc.). Mientras
tanto, mientras eso ocurre, y se van agravando sus contradicciones
internas, nosotros, los comunistas, podemos dedicarnos a la lucha
ideológica, cultural, política, ocupando espacios de poder,
posiciones de influencia; y, para ello, no debemos desprendernos a
la ligera de nuestros medios, pues es preferible contar con economías
solventes, sólidas, para sufragar nuestra lucha”. Y así lo hizo
Engels, dirigiendo una factoría textil; y Marx, a ratos
meramente “mantenido” por un empresario; y el citado Althusser,
cobrando del Estado capitalista que proclamaba combatir; y Adorno y
Horkheimer, sacando réditos económicos del poderoso aparato
universitario y editorial que los respaldaba,…
Pero esa coartada, decíamos, no le sirve al anarquista, que no
cree demasiado en las “leyes” de la historia, en las fases
necesarias, en el lado positivo del Capitalismo, por lo que se queda
sin ese “mientras tanto” justificador de acomodos e integraciones,
y se ve impelido a vivir inmediatamente sus ideas: P. Kropotkin
renunció a sus propiedades y se las transfirió a los campesinos que
habían trabajado para él, valga el ejemplo. Aquellos que,
llamándose “anarquistas”, renuncian a vivir su pensamiento y se
instalan en la sociedad y en el Estado que dicen negar o resistir son
cínicos insuperables… ¿Es el caso de García Calvo o García Rúa, en
España?
3) Anarquismo existencial
Sobran las “doctrinas”, alforjas demasiado pesadas para viajes
que jamás habrán de hacerse o que, en todo caso, se harían mejor sin
tanta carga. Pero no sobran los principios, los valores, las
ideas… El “anarquismo existencial”, tal y como lo entendemos,
comparte con el doctrinal mucha de las cosas que se encuentran en la
sala de máquinas del movimiento libertario: aversión al Capital y al
Estado, rechazo de la Autoridad y de la Disciplina, denegación del
trabajo en dependencia, voluntad de resistir al
Productivismo/Consumismo ambiente, desacreditación de la idea de
Patria y de la práctica de la Representación, inclinación permanente a
la Acción Directa y a la Ayuda Mutua… En el anarquista existencial,
o espiritual, se pueden dar cita todos estos rasgos o solo una parte
de ellos, y en mayor o menor medida. Pero una circunstancia lo
distingue: “vive” esos principios, los manifiesta en su
cotidianidad o, al menos, tiende a ello. Aspira, con toda
seriedad, a “realizar” su pensamiento; y, en este sentido,
compone un “bio-texto” negativo.
Externamente, el rasgo más llamativo del “anarquista espiritual”
es su modo de entender la vida, de encarar el futuro, de
“diseñar” sus días: vive la vida como “obra” y la quiere “de
arte”. Se enfrenta al futuro como el escultor a la roca,
“creando”,“ideando”, “inventando”. Para nada sigue las
“instrucciones de uso” de la vida (G. Perec), aceptando la
existencia estándar, el “modo de empleo” indicado para todas las
jornadas. Es un “artista” en el vivir, y su especialidad es la
vida en conflicto (M. Stirner y E. Armand), la vida “a la
contra”. Contra lo instituido y contra la parte de su propio ser que
reproduce lo instituido…. Como recomendaba O. Wilde, compone
ética y estéticamente una vida en resistencia. Quizás por eso,
bastantes “anarquistas existenciales” llevan vidas extrañas,
vidas que incluyen capítulos inauditos, “novelescos” o
“poéticos”, imprevisibles.
En las biografías de los “anarquistas existenciales”, dos
rasgos llaman la atención: dificultades para soportar la
“repetición” y, como consecuencia, tendencia a la ruptura, a la
huida, a la fuga, a las separaciones que desgarran. De la mano de
la “repetición”, se filtran en la vida la instalación, el
acomodo, el aburguesamiento; y los anarquistas espirituales buscan
siempre la viveza de la vida, el aroma de un riesgo y hasta de una
“aventura” en absoluto arbitrarios. Por eso, sienten escasa
simpatía hacia la declinación del verbo “permanecer” y su talante
recuerda en ocasiones al de los fugitivos.
El anarquista existencial es un enemigo del Sistema que lo combate en
sí mismo, pugnando por “desistematizarse”. Deniega en sí lo que
no estima en los demás y lo confronta conscientemente. Para la
lucha, se auto-construye meditadamente. “Desarregla” su vida y
lanza sobre el afuera y sobre el cuestionamiento del afuera una
perspectiva siempre “imaginativa”, abierta a la fantasía, al
juego, a la más saludable de las “locuras”, a lo no-racional…
Sortea, así, todo el ámbito de la protesta domesticada.
Una dosis, grande o pequeña, de espíritu libertario, de
“anarquismo existencial”, hemos llegado a percibir en la vida/obra
de autores tan diversos y distantes como los siguientes, que referimos
en un perfecto desorden: Diógenes el Perro, al frente de los
quínicos antiguos, e Hiparquia, integrante del mismo movimiento,
precursora inadvertida de secuencias teórico-prácticas que acabaron
insertándose en variadas luchas de las mujeres; Heliogábalo, el
“anarquista coronado” a quien cantó A. Artaud,
niño-dios-emperador que se vende por cuarenta céntimos a las puertas de
los templos romanos y de las iglesias cristianas, y el propio
Artaud, diciéndose embrujado por los tarahumara; G. Borrow,
infante que atraviesa solo toda Europa, de Inglaterra a Rusia, y
acaba integrándose en un clan gitano, y Pushkin, tentador también de
la trans-etnicidad, seducido por los cíngaros; Valle-Inclán en
México, donde nada se le había perdido y donde perdió un brazo;
Rimbaud, que abandona la poesía muy joven, en contra de la opinión
de la crítica, del público, de todo el mundo, y Bukowski, que lo
abandona todo desde el principio, salvo la escritura; Pierre
Riviére, el asesino que encantó a Foucault, y que se burló
genialmente de la justicia y de la medicina de su tiempo, y puede que
el propio Foucault en sus andanzas por Centroamérica y en los últimos
años de su vida; Mailänder, el filósofo de la “voluntad de
morir”, que se suicidó al día siguiente de la publicación de su
primer y último libro, ahorcándose sobre la pila de los ejemplares
recibidos; Nietzsche, renunciando a la brillante carrera
universitaria que se le auguraba en Basilea y Jaspers abandonando la
docencia tras el ascenso de fascismo; Kleist, romántico al que le
cabe el orgullo de haberse ganado la antipatía y hasta el odio de
Goethe, ese estatista; Lou Salomé, advirtiéndonos de las miserias
del psicoanálisis y procurando alejar a Rilke de Freud, su maestro;
Wilde, abriéndonos su corazón, tan extraño, desde la cárcel, y
Dostoievski, agradeciéndole sinceramente al zar su encierro en la
colonia penitenciaria de Siberia; Benjamin, pegándose un tiro ante
el espejo, quizás porque no quería que ese tiro se lo pegara la vida
misma en EEUU, hacia donde se encaminaba en fuga del nazismo; la
Bolten, oponiéndose a todo el principio de realidad patriarcal de su
país y de su tiempo; Van Gogh, en su bello y durísimo “margen”;
Genet, ese depravado que fue de lo malo (la delación y la
colaboración con las autoridades penitenciarias) a lo peor (la
estima de la clase política francesa y el aplauso de los gobernantes);
el Bosco, con su enigma impenetrable; Arendt en Jerusalén,
rompiéndonos los esquemas en relación con la índole no-monstruosa de la
camarilla de Hitler,…
Solo en los anarquistas del espíritu, en los libertarios
existenciales, detectan las sociedades democráticas occidentales, y
en lo que concierne a su propio ámbito cultural, un surtidor no
controlable de disidencia y de contestación, así lo creo.
Pedro García Olivo
pedrogarciaolivo.wordpress.com
Buenos Aires, 1 de mayo de 2018
Buenos Aires, 1 de mayo de 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario