La filósofa y feminista Judith Butler* escribe sobre la
pandemia de COVID-19 y sus crecientes efectos políticos y sociales en
Estados Unidos.
Por Judith Butler. 19 March 2020. Artículo original: Capitalism Has its Limits
Traducido al español por Anabel Pomar
El aislamiento obligatorio coincide con un nuevo reconocimiento de
nuestra interdependencia global durante el nuevo tiempo y espacio que
impone la pandemia. Por un lado, se nos pide secuestrarnos en unidades
familiares, espacios de vivienda compartidos o domicilios individuales,
privados de contacto social y relegados a esferas de relativo
aislamiento; por otro lado, nos enfrentamos a un virus que cruza rápidamente las fronteras, ajeno a la idea misma del territorio nacional.
¿Cuáles son las consecuencias de esta pandemia al pensar en
la igualdad, la interdependencia global y nuestras obligaciones mutuas?
El virus no discrimina. Podríamos decir que nos trata por igual, nos
pone igualmente en riesgo de enfermar, perder a alguien cercano y vivir
en un mundo de inminente amenaza. Por cierto, se mueve y ataca, el virus
demuestra que la comunidad humana es igualmente frágil. Al mismo
tiempo, sin embargo, la incapacidad de algunos estados o regiones para
prepararse con anticipación (Estados Unidos es quizás el miembro más
notorio de ese club), el refuerzo de las políticas nacionales y el
cierre de las fronteras (a menudo acompañado de racismo temeroso) y la
llegada de empresarios ansiosos por capitalizar el sufrimiento global,
todos dan testimonio de la rapidez con la que la desigualdad radical,
que incluye el nacionalismo, la supremacía blanca, la violencia contra
las mujeres, las personas queer y trans, y la explotación capitalista
encuentran formas de reproducir y fortalecer su poderes dentro de las
zonas pandémicas. Esto no debería sorprendernos.
La política de atención médica en los Estados Unidos pone esto en
relieve de una manera singular. Un escenario que ya podemos imaginar es
la producción y comercialización de una vacuna efectiva contra el
COVID-19. Claramente desesperado por anotarse los puntos políticos que
aseguren su reelección, Trump ya ha tratado de comprar (con efectivo)
los derechos exclusivos de los Estados Unidos sobre una vacuna de la
compañía alemana, CureVac, financiada por el gobierno alemán. El
Ministro de Salud alemán, con desagrado, confirmó a la prensa alemana
que la oferta existió. Un político alemán, Karl Lauterbach, comentó: «La
venta exclusiva de una posible vacuna a los Estados Unidos debe
evitarse por todos los medios. El capitalismo tiene límites». Supongo
que se opuso a la disposición de «uso exclusivo» y que este rechazo se
aplicará también para los alemanes. Esperemos que sí, porque podemos
imaginar un mundo en el que las vidas europeas son valoradas por encima
de todas las demás: vemos esa valoración desarrollarse violentamente en
las fronteras de la UE.
No tiene sentido preguntar de nuevo, ¿En qué estaba pensando Trump?
La pregunta se ha planteado tantas veces en un estado de exasperación
absoluta que no podemos sorprendernos. Eso no significa que nuestra
indignación disminuya con cada nueva instancia de autoengrandecimiento
inmoral o criminal. Pero de tener éxito en su empresa y lograr comprar
la potencial vacuna restringiendo su uso solo a ciudadanos
estadounidenses, ¿cree que esos ciudadanos estadounidenses aplaudirán
sus esfuerzos, felices de ser liberados de una amenaza mortal cuando
otros pueblos no lo estarán? ¿Realmente amarán este tipo de desigualdad
social radical, el excepcionalismo estadounidense, y valorarían, como él
mismo definió, un acuerdo brillante? ¿Imagina que la mayoría de
la gente piensa que es el mercado quién debería decidir cómo se
desarrolla y distribuye la vacuna? ¿Es incluso posible dentro de su
mundo insistir en un problema de salud mundial que debería trascender en
este momento la racionalidad del mercado? ¿Tiene razón al suponer que también vivimos dentro de los parámetros de esa manera de ver al mundo?
Incluso si tales restricciones sobre la base de la ciudadanía
nacional no llegaran a aplicarse, seguramente veremos a los ricos y a
los que poseen seguros de cobertura de salud apresurarse para
garantizarse el acceso a dicha vacuna cuando esté disponible, aún cuando
esto implique que solo algunos tendrán acceso y otros queden condenados
a una mayor precariedad.
La desigualdad social y económica asegurará que el virus discrimine. El
virus por sí solo no discrimina, pero los humanos seguramente lo
hacemos, modelados como estamos por los poderes entrelazados del
nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo. Es
probable que en el próximo año seamos testigos de un escenario doloroso
en el que algunas criaturas humanas afirmarán su derecho a vivir a
expensas de otros, volviendo a inscribir la distinción espuria
entre vidas dolorosas e ingratas, es decir, aquellos quienes a toda
costa serán protegidos de la muerte y esas vidas que se considera que no
vale la pena que sean protegidas de la enfermedad y la muerte.
Todo esto acontece contra la carrera presidencial en los Estados
Unidos dónde las posibilidades de Bernie Sanders de asegurarse la
nominación demócrata parecieran ahora ser muy remotas, aunque no
estadísticamente imposibles. Las nuevas proyecciones que establecen a
Biden como el claro favorito son devastadoras durante estos tiempos
precisamente porque Sanders y Warren defendieron el “Medicare para
Todos”, un programa integral de atención médica pública que garantizaría
la atención médica básica para todos en el país. Tal programa pondría
fin a las compañías de seguros privadas impulsadas por el mercado que
regularmente abandonan a los enfermos, exigen gastos de bolsillo que son
literalmente impagables y perpetúan una brutal jerarquía entre los
asegurados, los no asegurados y los no asegurables. El enfoque
socialista de Sanders sobre la atención médica podría describirse más
adecuadamente como una perspectiva socialdemócrata que no es
sustancialmente diferente de lo que Elizabeth Warren presentó en las
primeras etapas de su campaña. En su opinión, la cobertura médica es un
«derecho humano» por lo que quiere decir que todo ser humano tiene
derecho al tipo de atención médica que requiere. Pero, ¿por qué no
entenderlo como una obligación social, una que se deriva de vivir en
sociedad los unos con los otros? Para lograr el consenso popular sobre
tal noción, tanto Sanders como Warren tendrían que convencer al pueblo
estadounidense de que queremos vivir en un mundo en el que ninguno de
nosotros niegue la atención médica al resto de nosotros. En otras
palabras, tendríamos que aceptar un mundo social y económico en el que
es radicalmente inaceptable que algunos tengan acceso a una vacuna que
pueda salvarles la vida cuando a otros se les debe negar el acceso
porque no pueden pagar o no pueden contar con un seguro médico que lo
haga.
Una de las razones por las que voté por Sanders en las primarias de
California junto con la mayoría de los demócratas registrados es porque
él, junto con Warren, abrió una manera de reimaginar nuestro mundo como
si fuera ordenado por un deseo colectivo de igualdad radical, un mundo
en el que nos unimos para insistir en que los materiales necesarios para
la vida, incluida la atención médica, estarían igualmente disponibles
sin importar quiénes somos o si tenemos medios financieros. Esa política
habría establecido la solidaridad con otros países comprometidos con la
atención médica universal y, por lo tanto, habría establecido una
política transnacional de atención médica comprometida con la
realización de los ideales de igualdad. Surgen nuevas encuestas que
reducen la elección nacional a Trump y Biden precisamente cuando la
pandemia acecha la vida cotidiana, intensificando la vulnerabilidad de
las personas sin hogar, los que no poseen cobertura médica y los pobres.
La idea de que podríamos convertirnos en personas que desean ver un
mundo en el que la política de salud esté igualmente comprometida con
todas las vidas, para desmantelar el control del mercado sobre la
atención médica que distingue entre los dignos y aquellos que pueden ser
fácilmente abandonados a la enfermedad y la muerte, estuvo brevemente
vivo. Llegamos a entendernos de manera diferente cuando Sanders y Warren
ofrecieron esta otra posibilidad. Entendimos que podríamos comenzar a
pensar y valorar fuera de los términos que el capitalismo nos impone.
Aunque Warren ya no es un candidato y es improbable que Sanders recupere
su impulso, debemos preguntarnos, especialmente ahora, ¿por qué
seguimos oponiéndonos a tratar a todas las vidas como si tuvieran el
mismo valor? ¿Por qué algunos todavía se entusiasman con la idea de que
Trump asegure una vacuna que salvaguarde la vida de los estadounidenses
(como él los define) antes que a todos los demás?
La propuesta de salud universal y pública revitalizó un imaginario
socialista en los Estados Unidos, uno que ahora debe esperar para
hacerse realidad como política social y compromiso público en este país.
Desafortunadamente, en el momento de la pandemia, ninguno de nosotros
puede esperar. El ideal ahora debe mantenerse vivo en los movimientos
sociales que están menos interesados en la campaña presidencial que en
la lucha a largo plazo que nos espera. Estas visiones compasivas y
valientes que reciben las burlas y el rechazo del realismo capitalista
tenían suficiente recorrido, llamaban la atención, provocando que un
número cada vez mayor, algunos por primera vez, desearan un cambio en el
mundo.
Ojalá podamos mantener vivo ese deseo.
Traducción: Anabel Pomar
Fuente:https://www.lavaca.org/notas/el-capitalismo-tiene-sus-limites-la-mirada-de-judith-butler-sobre-el-coronavirus/
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